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Javier Camarena en Bellas Artes

por José Noé Mercado

“El tiempo siempre tiene algo que decir, ¿no?”
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Abril 13, 2025. En una tarde que combinó celebración, triunfos y cierta nostalgia, el tenor xalapeño Javier Camarena regresó a la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, en esta ocasión para ofrecer una “Gala Tosti” como parte de la Temporada 2025 de la Compañía Nacional de Ópera.

Este recital, que marcó la parada final de su gira por México para conmemorar 20 años de carrera —cumplidos, en rigor, en 2024—, reunió en general a un público cálido y entusiasta que recibió al cantante con los honores que su destacada trayectoria internacional merece. Acompañado por el pianista Ángel Rodríguez, Camarena desplegó un programa que abarcó arias de concierto y ópera, canciones y romanzas de zarzuela, en un ambiente que él mismo describió como estar “entre amigos y familiares; es decir, en casa”. Y ello resulta significativo, si se considera que en estas dos décadas el tenor ha logrado inscribirse entre los elencos más destacados en los escenarios más relevantes del mundo lírico actual.

Luego de presentaciones en las ciudades de Querétaro, León y Culiacán, esta gala prometía un homenaje al compositor italiano Francesco Paolo Tosti, de quien Camarena grabó un disco (Pentatone, 2024), justo al lado de Rodríguez, colaborador musical y empático del tenor desde hace más de 15 años. Aunque la presencia del autor de canciones como ‘Ideale’, ‘L’ultima canzone’ o ‘Non t’amo più’ en el programa interpretado por Camarena, fue más bien un destello entre una selección ecléctica.

El veracruzano optó por incluir también obras de Christoph Willibald Gluck, Georg Friedrich Händel, Gaetano Donizetti, Gioachino Rossini, Jules Massenet, Giuseppe Verdi, José Serrano y Pablo Sorozábal. Esta mezcla de compositores y estilos reflejó la versatilidad del tenor, capaz de transitar desde el dramatismo operístico hasta la intimidad de la canción de salón.

Es cierto que no se trató de un programa con los fragmentos insignia del cantante a lo largo de su carrera, pero en todo caso buscó la conexión emotiva y familiar con los asistentes, sin descuidar la exhibición de facultades y ciertos efectismos que han caracterizado su voz y su canto.

El recital dio inicio con ‘Vado ben spesso cangiando loco’, del compositor Giovanni Bononcini con texto del artista polifacético Salvator Rosa; siguió con las arias ‘J’ai perdu mon Eurydice de Orpheo et Eurydice de Christoph Willibald Gluck y ‘Ombra mai fu’ de Serse de Georg Friedrich Händel; las canciones ‘Me voglio fa na casa’ de Gaetano Donizetti, ‘La danza’ de Gioachino Rossini; la inclusión fuera de programa del aria ‘Una furtiva lagrima’ de L’elisir d’amore de Donizetti, para cerrar con ‘Pourquoi me réveiller’ de Werther de Jules Massenet y ‘La mia letizia infondere’ de I Lombardi alla prima crociata de Giuseppe Verdi.

En esta primera parte, que integró desde el lirismo barroco hasta el ímpetu verdiano, Camarena ofreció un retrato de su voz en un momento de madurez canora. En ella desplegó su timbre claro y luminoso, un admirable manejo de la mesa di voce con el que acaricia frases con delicadeza, y una zona aguda que sigue siendo parte de su distinción, aun cuando alguna nota haya emergido con un leve rastro de aspereza, requiriendo un sutil empuje para articular las frases con la pulcritud debida.

 

Esas huellas o arrugas de canto, propias del paso del tiempo y no de un defecto en sí (la sentencia tanguera de “veinte años no es nada” no faltó en los breves discursos con los que el tenor se dirigió al público) no empañaron la entrega del veracruzano, que mantuvo encantado al auditorio no solo con su voz privilegiada, sino con su musicalidad, carisma y sentido del humor.

A su lado, desde el piano, Ángel Rodríguez brilló como un acompañante diestro que le permitió a su expresión caminar, correr y volar, ajustándose con experiencia a cada frase para potenciarla, bien en lo etéreo de un piano o en el impulso dramático del lamento o la pasión amorosa.

Luego del intermedio, el programa continuó con desenfado, brevedad y, ahora sí, con cuatro canciones de Francesco Paolo Tosti: ‘Aprile’, ‘Apri!’, ‘Vorrei morire!’ y ‘Chitarrata abruzzese’, para concluir con las romanzas de zarzuela ‘La roca fría del calvario’ de La Dolorosa de José Serrano y ‘No puede ser’ de La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal. Estas dos últimas piezas, además de poner a prueba el seseo del tenor, también evocaron los primeros años de Ángel Rodríguez en nuestro país, cuando acompañaba a otros cantantes con sus arreglos.

La atmósfera, en todo momento celebratoria pero ya distendida y con desparpajo, fue coronada por generosos aplausos del público, agradecidos a su vez con cinco encores de música popular mexicana que encontraron coro entre los asistentes: ‘Flor de azálea’ de Manuel Esperón y Zacarías Gómez; ‘Un poco más’ de Álvaro Carrillo; ‘La malagueña’ de Elpidio Ramírez Burgos; ‘Dime que sí’ de Alfonso Esparza Oteo y el ‘Cielito lindo’ de Quirino Mendoza y Cortés.

El paso del tiempo es inevitable y siempre dice algo, nostálgico o no. Pero los argumentos músico-vocales que han hecho de Javier Camarena un referente del bel canto en las últimas dos décadas estuvieron en casa, cobijados por un acompañante de excepción. Fue un recital modesto para 20 años de carrera exitosa, pero quedó claro que en ocasiones, cuando un artista apreciado se reencuentra con su público, no se requiere mucho más que sentir que “es un soplo la vida” para pasar un momento gozoso.

 


 

 

 
 
 

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