Nada mal, nada bien
por Gustavo Gabriel Otero
Buenos Aires, 28/09/2023. Cuando un espectáculo roza la excelencia o es definitivamente mediocre, resulta relativamente sencillo escribir sobre el mismo. El problema ocurre cuando la representación, en este caso la nueva producción de ‘Die Lustige Witwe’ que presenta el Teatro Colón de Buenos Aires, nada está muy mal pero nada demasiado bien.
Quizás la conjunción de una batuta anodina, una puesta que eliminó deliberadamente la seducción del París idealizado para situar la acción entre gente corriente sin una pizca de glamour, y un elenco en el que salvo excepciones no brilló, determinó esta versión no pueda decirse que fue mala pero tampoco muy buena.
Jan Latham-Koenig, en la dirección musical, pareció totalmente fuera de empatía con la obra. Su lectura fue correcta pero sin brillo, no cuidó el adecuado balance entre el foso y la escena y la respuesta de la Orquesta Estable resultó errática.
No parece haber sido la mejor opción para conocer en Buenos Aires a un gran artista como Damiano Michieletto la de traer esta coproducción del Teatro La Fenice de Venecia junto a la Fundación Teatro dell’Opera de Roma. La idea de pasar de la Belle Époque y sus ámbitos parisinos distinguidos a un banco de inicios de 1950 o un salón bailable de provincias post segunda guerra mundial, le quita a la obra todo su encanto.
Paolo Fantin con su escenografía ubica la acción del primer acto en el hall del Banco ‘Pontevedro’, la casa de Hanna con su jardín es un club con una banda de música y un escenario flanqueado por las imágenes de Fred Astaire y Rita Hayworth; el Maxim brilla por su ausencia y el tercer acto se desarrolla en la oficina de Danilo en el banco. El trabajo de Fantin es correcto y es importante señalar el nivel de detalle del marco escenográfico y los elementos del banco, pero no ayuda a las voces por ser una escenografía muy abierta.
Carla Teti en el vestuario de los años 50 del siglo pasado, acierta con la reconstrucción. La iluminación, Alesandro Carletti, es de buena factura y si se acepta que el vals y las danzas pontevedrinas muten en twist y en rock’n’roll, es buena la coreografía de Chiara Vecchi que logró una gran desempeño de los solistas y el coro en las partes danzadas a la par de los bailarines.
En elenco vocal cumplió con lo justo. Así Carla Filipcic-Holm (Hanna Glawari) intentó construir un personaje dentro de esa puesta y actuó y bailó con convicción, pero en lo vocal no se la notó cómoda. Brillante en el agudo fue muy poco sonora en el registro medio; su mejor momento resultó la canción de Vilja. Mientras que Rafael Fingerlos fue tan anodino en lo actoral como en lo vocal en su Conde Danilo.
Lo mejor del elenco resultaron Valencienne y Camille. Tanto Ruth Iniesta como Galeano Salas evidenciaron compenetración escénica, excelente conjunción y calidad vocal. La soprano Ruth Iniesta, de interesante carrera internacional, evidenció buen volumen, ductilidad interpretativa, timbre agradable, y perfectos agudos. Mientras que Galeano Salas resultó inobjetable como Camille por belleza vocal, amplitud del registro, buen fraseo y agudos inmaculados.
Franz Hawlata como el Barón Zeta construyó bien su personaje aportando veteranía escénica. El resto del elenco, en las pequeñas intervenciones que tienen la partitura, cumplió adecuadamente. Así como el coro estable.
Mención aparte para Carlos Kaspar (Nyegus) rol que en esta versión es más actuado que hablado y que intentó aportar comicidad sin lograrlo. Estimamos más como defecto de la concepción escénica que del actor.